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UN SUCESO INESPERADO
“Cuando hay vientos huracanados hay que prepararse para el desastre porque la prevención y la calma pueden marcar la diferencia entre la tragedia y la seguridad."
El día 11 de agosto del año 1981, en horas de la noche, asistí a una jornada médica en un centro asistencial de salud en la ciudad donde laboraba. Al llegar a la institución, el salón estaba muy concurrido y entre los colegas asistentes al evento, se encontraba mi nuevo jefe del departamento y algunos médicos que laboraban en el hospital. Tomé asiento al lado de una conocida colega, y minutos antes de iniciarse el evento, dicha colega recibió una llamada telefónica y de inmediato se levantó de su asiento y se dirigió al sitio de aparcamiento de vehículos, pero en vista de la oscuridad que reinaba afuera del recinto regresó al sitio de reunión y se dirigió a mí.
—Graff, por favor, acompáñame en el aparcamiento para retirar el vehículo, — dijo la colega.
Me levanté del asiento y ambos nos dirigimos al aparcamiento de la institución. Al llegar hasta el auto, la colega extrajo la llave de su bolso y al intentar abrir la puerta del vehículo dos personas desconocidas aparecieron de forma sorpresiva. Uno de ellos apuntó con su arma de fuego a mi cabeza y el otro colocó un arma blanca en el abdomen de la colega.
— Entren rápido al vehículo, —dijo el que portaba el revólver.
La doctora se resistió a entrar al vehículo, entonces el delincuente que portaba el revólver apuntó a la frente de la colega y la conminó a entrar al auto.
—Entre al vehículo doctora, —le dije, porque nos van a matar si no lo haces.
Ambos ingresamos al interior del auto bajo amenaza de muerte. Una vez dentro del vehículo, el delincuente que portaba el revólver se puso al frente del volante y entregó la pistola a su compañero. Bajo constante amenaza nos ordenaron quitar la ropa, entregar las pertenencias, mantener la cabeza abajo y las manos en alto, luego el auto, a exceso de velocidad tomó rumbo desconocido.
Durante varias horas nos trasladaron de un sitio a otro, pero agotado por tener las manos en alto y la cabeza hacia abajo, involuntariamente bajé las manos. El sujeto que conducía el vehículo y que nos observaba a través del espejo retrovisor gritó en forma amenazante y grosera.
—Escucha imbécil, sube las manos porque te las voy a cortar, — decía a gritos el sujeto.
De inmediato subí las manos y me mantuve en silencio. El sudor frío me recorría la frente mientras el eco de la amenaza retumbaba en mi cabeza. ¿Cortarme las manos? La imagen era tan brutal, tan irreal, que una parte de mí no podía procesarla. Solo atinaba a obedecer, a anularme como persona y convertirme en un objeto dócil, esperando que eso fuera suficiente para sobrevivir a la locura que tenía enfrente.
El tiempo transcurría e íbamos de un lugar a otro hasta que, el auto se detuvo en un camino solitario. Había mucha oscuridad alrededor. El chófer descendió del auto e inspeccionó la zona, no sin antes dar la orden a su compañero.
—Mátalos si intentan escapar. —dijo el cabecilla.
El otro delincuente permaneció en el auto con el revólver en mano apuntando hacia nosotros. Hubo unos minutos de silencio, levanté la cabeza y observé que el sujeto estaba drogado, pero tranquilo, entonces me atreví a dirigirle unas palabras.
— Sé que eres un buen muchacho, pero la doctora está desnuda, por favor, arroja su ropa fuera del vehículo, — dije en voz baja.
El joven sin pronunciar palabras arrojó el bolso y la ropa de la colega al medio del camino sin que el conductor del vehículo se diera cuenta. Pasaron unos minutos y el chófer regresó, y haciendo disparos al aire.
—Salgan del auto y corran hacia su izquierda, —gritó el sujeto.
Asustados corrimos hacia la izquierda como fue la orden dada, pero el nivel del terreno era tan inclinado que rodamos y al final del barranco una cerca de alambre de púas nos detuvo. La colega sufrió heridas leves en el rostro y yo en la pierna izquierda. Allí estuvimos en silencio durante varios minutos, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Rompí el mutismo con un susurro ahogado: "¿Cómo estás?". Ella se tocó la cara con delicadeza y su mueca de dolor fue una respuesta elocuente. "Sobreviviré", respondió con voz temblorosa. "Pero no podemos quedarnos aquí. La necesidad de movernos, de escapar de ese lugar expuesto, comenzó a superar el dolor punzante de nuestras heridas y el miedo paralizante.
En medio de la oscuridad y en silencio, esperamos que los delincuentes se hubiesen marchado. Subimos la cuesta y nos sentamos a descansar a la orilla del camino. A los pocos minutos y bajo la luz de la luna decidí explorar el sitio, caminé un corto trayecto y encontré el bolso y las dos piezas del vestido rojo de la colega. El bolso estaba abierto y todo su contenido estaba esparcido en medio de la carretera.
La colega, que permanecía sentada al borde del camino, recibió de mis manos su bolso y ambas piezas de su vestido rojo. Con calma, revisó su bolso y se dio cuenta que el dinero y los documentos personales habían sido robados. Mi colega, con el pulso ya más sereno, sacó dos cigarrillos de su bolso. Y sentados bajo el resplandor de la luna, fumamos en silencio, buscando un respiro en medio de la tensión.
Ausente de la amenaza y drenando parte del estrés vivido, la colega se levantó y vistió con su falda. La blusa cubrió la mitad inferior de mi cuerpo. Nos levantamos del sitio y anduvimos un buen rato el camino hasta encontrar una pequeña vivienda. Al acercarnos en la oscuridad, los perros ladraron y, de inmediato, las luces de la vivienda se encendieron. El dueño, un campesino del lugar, habló en voz alta y desde la puerta.
—¿Quién anda allí? —preguntó.
—Necesitamos ayuda —respondí.
El señor portando un machete se acercó hasta el patio trasero de la vivienda. Después de explicarle lo sucedido y al vernos parcialmente vestidos, nos prestó ayuda, aunque sin permitirnos entrar en su vivienda. Me entregó un pantalón y una camisa que eran el doble de mi talla, pero era lo que tenía disponible. Me vestí y le di la blusa a mi colega para que completara su atuendo
—Por favor señor ¿Podría usted llamar a la policía? —le supliqué.
—Claro, —respondió el señor.
A los 30 minutos llegó la patrulla de la policía y nos trasladaron a la estación policial más cercana. Eran las cuatro de la madrugada cuando ingresamos al recinto policial. Nos invitaron a sentarnos en un banco de madera y luego nos hicieron pasar, uno por uno, a una pequeña oficina. Allí nos interrogaron sobre los hechos, anotaron nuestros datos personales y registraron los objetos robados. Al finalizar el interrogatorio, solicité permiso para realizar una llamada telefónica, y fue concedida. Unos minutos más tarde logramos establecer comunicación con nuestros familiares.
La doctora habló con su marido y le explicó lo sucedido.
—¿Qué haces con Graff a estas horas de la madrugada? —preguntó el marido de la doctora. Ante la pregunta, ella, disgustada, colgó el teléfono.
Hice una llamada telefónica a mi hermano Luis Alberto, abogado de profesión, quien acudió de inmediato y agilizó los trámites ante la policía. Gracias a su gestión, ambos fuimos trasladados a nuestras respectivas residencias, con la obligación de presentarnos posteriormente en las oficinas de la policía en la ciudad para las declaraciones pertinentes
A los pocos minutos, el esposo de la colega llegó al recinto policial con gesto de disgusto. Sin mediar palabra entre ellos, ambos se subieron al vehículo y emprendieron el regreso a su hogar. Antes de marcharse, la compañera de infortunio se acercó a mí y, sin pronunciar palabra, se despidió con un fuerte abrazo, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Tras el traumático suceso y sin tiempo para reflexionar sobre lo acontecido, mi hermano y yo nos subimos a su vehículo y nos dirigimos a la capital de la provincia aragüeña, donde me reencontraría con mi grupo familiar. Durante el camino casa reflexionaba, que después de la oscuridad más profunda, la luz de un día normal la siento como el milagro más grande. Hoy entiendo el verdadero significado de la palabra 'gracias': gracias a la vida, gracias por esta segunda oportunidad concedida. En este instante, no hay nada más importante en el universo que estar vivo y estar libre. Mi vida en este momento se divide en un antes y un después de esto. Elijo vivir este 'después' valorando cada segundo de mi existencia, porque sentí que me quitaron todo para darme cuenta que la libertad y la vida es lo único que realmente poseo.
“Me arrebataron la libertad, pero nunca pudieron quitarme la esperanza de volver”.
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