miércoles, 11 de diciembre de 2024

1. NOMBRE DEL CAPÍTULO o SECCIÓN



UN ASCENSO TRUNCADO 

 

En la década de los sesenta, la medicina venezolana vivía un período de gran dinamismo. Fue en este contexto que decidí cursar la carrera de Medicina en la Universidad Central de Venezuela, una de las instituciones académicas más prestigiosas del país. Tras seis años de estudio y dedicación, obtuve el título  de médico cirujano el 9 de agosto de 1968. Este logro no solo representó la culminación de una etapa importante en mi vida, sino que también abrió las puertas a nuevas oportunidades. 

Dos meses después, gracias a una beca otorgada por una institución privada, inicié un postgrado en Obstetricia en el Hospital “Maternidad Concepción Palacios” en la ciudad de Caracas, una institución de referencia en el área. Esta experiencia me permitió profundizar mis conocimientos en el campo de la salud femenina y sentar las bases de mi carrera profesional.

En octubre del año 68, inicié mi formación en la especialidad de obstetricia. Después de dos años de estudio y riguroso entrenamiento, obtuve el título de especialista y solicité continuar laborando en la misma institución donde realicé mi formación. Dos meses después, pasé a formar parte del cuerpo médico de dicha institución, donde desempeñé funciones como médico residente bajo contrato durante un trienio. Culminados los tres años del contrato establecido y manteniendo el objetivo de consolidar mi proyecto de vida, decidí trasladarme a otra ciudad en busca de nuevas oportunidades profesionales. Fue así como en el mes de marzo de 1974 viajé a Maracay “La ciudad jardín” título otorgado a esta región aragüeña por el naturalista Alexander Von Humboldt en el año 1800 por sus exuberantes jardines y su entorno agrícola. 

Cuando llegué a Maracay  sentí una sensación de paz, porque dejaba atrás la vida agitada de la capital de mi país. Durante mi estancia en la ciudad jardín, mi objetivo era conquistar nuevos  espacios que me permitiera el ejercicio de mi profesión en un ambiente de paz y tranquilidad y que  me ofreciera mejores condiciones de vida tanto personal como  profesional.

A los pocos días de mi llegada, logré alquilar una vivienda en Cagua, una población industrial ubicada a pocos kilómetros de la ciudad capital de la región aragüeña, con excelentes vías de comunicación  para trasladarme  a mi sitio de trabajo.  Al poco tiempo de haberme instalado en el estado Aragua, vi una oportunidad profesional en el hospital del seguro social de Maracay. Consigné mis credenciales y, tras superar las pruebas del concurso, obtuve el cargo con gran expectativa. Sin embargo, el entusiasmo inicial se disipó rápidamente. La cruda realidad era una organización interna deplorable, marcada por la ausencia de protocolos claros de atención. Esta situación hacía prácticamente imposible brindar un servicio de salud de calidad, por lo que, tras un mes de frustrantes intentos por adaptarme, tomé la difícil pero necesaria decisión de renunciar. Mi objetivo entonces se centró en el principal referente de salud de la región, con la esperanza de encontrar allí un entorno laboral alineado con mi vocación de servicio. 

Durante el tiempo de espera, logré hacer guardias nocturnas en una clínica privada existente  en la pequeña población donde vivía, Con el transcurrir del tiempo renté  un consultorio en la misma clínica, cuyos beneficios económicos me permitieron esperar a que llegaran mejores  momentos para prestar mis servicios en un hospital. Atendiendo a la convocatoria emitida en agosto de ese año por el Hospital Central de Maracay, presenté mis credenciales para la vacante de especialista en Obstetricia. Fui seleccionado/a para el cargo después de superar con éxito el concurso correspondiente.

Un año después, el buen desempeño en mis labores, los conocimientos y habilidades adquiridas durante ese lapso de tiempo fueron reconocidos por la jefatura del departamento de obstetricia,  que me asignó el cargo de coordinador docente de la residencia de pre y postgrado. Este nombramiento, si bien fue un reconocimiento a mi trayectoria académica y profesional, generó cierta tensión con algunos de mis colegas, quienes aspiraban a ocupar dicho cargo. A pesar de estas dificultades que se presentaron, asumí con entusiasmo esta nueva responsabilidad, consciente de la importancia de formar a las futuras generaciones de médicos. 

En agosto de 1976, como parte de mis nuevas responsabilidades, publiqué el libro “Normas de Obstetricia”, un proyecto respaldado por la dirección del hospital. Un año más tarde, mi trayectoria profesional se vio consolidada al obtener  mediante concurso el cargo de jefe de sala de parto y profesor contratado por la Universidad de Carabobo. Este ascenso, si bien representó un reconocimiento a mi esfuerzo y dedicación, también trajo consigo ciertos desafíos. La resistencia y el disgusto por parte de algunos colegas con mayor antigüedad generaron tensiones en las relaciones interpersonales dentro del equipo médico. Para abordar esta situación, me esforcé en fomentar un ambiente de diálogo y colaboración, reafirmando mi compromiso con el trabajo en equipo y la mejora continua del servicio médico. A través de la empatía y la comunicación abierta, busqué fortalecer los lazos profesionales y demostrar que, más allá de cualquier diferencia, la prioridad siempre debe ser el bienestar de los pacientes.

El 12 de marzo de 1979, se produjo un cambio de gobierno en mi país que sacudió todas las  estructuras institucionales dando lugar a una profunda reorganización de la administración pública. En este contexto, se procedió a la remoción de los principales cargos directivos a nivel nacional, generando una gran inestabilidad en las instituciones de salud del país. Tras el cambio, el nuevo jefe del departamento de obstetricia, afín al partido gobernante, inició una campaña de hostigamiento contra los profesionales que no compartían sus orientaciones políticas. A pesar de haber obtenido mi cargo mediante concurso, enfrenté diversas presiones, disputas y arbitrariedades que dificultaron mi desempeño profesional. Entre estas situaciones, la modificación unilateral de mi horario laboral se convirtió en una clara estrategia para generar desgaste y presionar a renunciar. Sin embargo, me mantuve firme en mi compromiso con la institución y en la defensa de mis derechos laborales, afrontando cada obstáculo con determinación y buscando soluciones que permitieran continuar brindando un servicio de calidad. Esta experiencia me fortaleció y reafirmó mi convicción sobre la importancia de la justicia y la transparencia en el ámbito laboral. Ante el evidente hostigamiento laboral, decidí acudir a los tribunales para salvaguardar mis derechos. La justicia reconoció la legalidad de mi nombramiento y emitió una orden de reintegro a mí funciones, sin embargo, el hostigamiento por parte del jefe del departamento no cesó. A pesar de la orden judicial, seguí enfrentando intensas presiones y múltiples obstáculos en mi desempeño profesional, tanto en el hospital como en la docencia universitaria. Estas dificultades no solo afectaron mi capacidad para ejercer con plena autonomía, sino que también generaron un ambiente laboral adverso que hizo insostenible mi continuidad en ambos roles. Como consecuencia, me vi obligado a presentar mi renuncia a mi cargo como jefe de sala de parto y a mi posición como docente universitario, tanto en pregrado como en posgrado, sacrificando así años de esfuerzo y dedicación en favor de mi vocación profesional y académica. La pérdida de mi puesto de trabajo y de mi labor como docente fue un duro golpe, pero me dejó una enseñanza:  

Cada logro estuvo acompañado de un desafío que me enseñó a crecer, pero también a descubrir que el triunfo y la tribulación son dos caras de la misma moneda. Entendí que la verdadera victoria no radica en evitar las caídas, sino en la fortaleza que se gana al levantarse una y otra vez, con la mirada siempre puesta en el siguiente paso, porque la verdadera derrota consiste en no volver a intentarlo o a tener miedo de volver a tropezar en el camino. Es necesario florecer desde las grietas que nos dejó el golpe para mirar al horizonte y no a la piedra que nos hizo caer. Porque solo quien se levanta puede volver a bailar con la vida y a mirar con más atención por dónde caminamos, porque cada paso después de la caída nos acerca más a nuestro destino.

 

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