¿Qué queda cuando todo se va?
Lucía, una mujer de 35 años de edad, siempre fue una persona sociable y activa. Tenía un círculo de amigos amplio, un trabajo que disfrutaba y una relación de pareja estable. El deseo de tener un hijo era su mayor aspiración. Asistió a consulta de fertilidad durante varios años sin éxito alguno, hasta que un día por fertilización invitro logró su ansiado deseo.
Durante sus primeros tres meses de embarazo, Lucía se mostraba feliz, orgullosa de su maternidad, pero un día, un hecho inesperado surgió en su vida. Manuel, su compañero de vida abandonó el hogar sin causa alguna. A raíz del abandono, Lucía quedó en el aíre, sin comprender el por qué de esa decisión.
Pasaron los días y una profunda sensación de soledad y tristeza fue llenando su vida. Sus horas laborales distraía por momentos sus pensamientos llenos de interrogantes sobre lo sucedido. Sólo su madre calmaba su llanto y aliviaba el vacío emocional que sentía. La joven Lucía buscó llenar su soledad con nuevas actividades y relaciones. Salía con amigas, asistió a nuevos cursos y comenzó a salir con otras personas, pero nada parecía funcionar. Una profunda tristeza y una sensación de que algo faltaba en su vida fue llenando sus espacios vacíos.
Pasaron los meses y el vacío emocional de Lucía se incrementaba. Comenzó a aislarse socialmente, perdió interés en sus hobbies y se sentía apática y sin energía. Las tareas cotidianas se volvieron cada vez más difíciles y comenzó a experimentar problemas de sueño y alimentación. Hasta que un día comenzó a presentar dolor abdominal y pérdida de sangre por vía genital. Asistió a consulta ginecológica y fue hospitalizada con diagnosticó de amenaza de aborto. Tres días después, superada la emergencia médica, Lucía abandonó el hospital con la recomendación médica de buscar ayuda psicológica.
El abandono de su pareja en los momentos más críticos le indujo miedo para afrontar sola su embarazo. La ausencia de su esposo creó una sensación de soledad y una profunda incertidumbre sobre el futuro. La posibilidad de perder a su hijo generó ansiedad e indefensión; fueron las conclusiones del psicólogo.
El temor a perder a su hijo despertó su instinto maternal y sintió una sensación de fortaleza momentánea como nunca lo había sentido y decidió luchar y afrontar sola su embarazo hasta lograr el nacimiento feliz de su hijo. Pero el dolor del abandono persistió y se mantuvo sin darle salida ocasionado un descenso en su sistema inmunológico que permitió la generación de células LE y ocasionó en ella una enfermedad autoinmunitaria conocida como Lupus eritematoso diseminado.
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